Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, dicen por ahí. De cierto modo me fui de mi país porque ya en mi propia tierra me sentía desterrado. Sin embargo, cuatro años afuera han hecho que esto ya no sea más una sensación sino un estado auténtico de pérdida, de huérfano dolor.
Estando en este ánimo y, valga decirlo, disfrutando la imperturbable "seguridad" del viejo mundo, un día me dio por revisar mis viejas fotos de Venezuela y de pronto vi imágenes que nunca había visto. Las escenas eras las mismas, pero los colores tenían un nuevo brillo. Sobre todo aquéllas que me hablaban más sobre el venezolano, de sus formas de ser, vivir y sobrevivir.
Después de un rato saboreando la edulcorada nostalgia, caí en cuenta de que los verdaderos héroes no están en los cómics de las industrias comecerebros del norte, sino en los países de nuestra superlativa América Latina. Héroes anónimos. Héroes de más nadie que de ellos mismos, que día a día deben enfrentar grandes peligros y un sinfín de atropellos e injusticias, pero que con mucho humor, creatividad, alegría e, incluso, un toque de ingenuidad, no salvan el indefenso mundo de las viñetas, sino se salvan a ellos mismos del inclemente mundo real.