Emigrar es reinventar tu propia naturaleza. Es tomar del aire no solo el oxígeno que respiras, sino también el agua y los demás nutrientes que necesitas porque tus raíces quedaron truncadas y marchitas en una tierra lejana. Es aprender a llevar la casa en la espalda. Soltar amarras como las arañas y dejar que el viento te lleve hasta donde quiera el destino y, sin más, valerte de lo que tengas a mano para recrear allí tu hogar imaginario.